SOBRE EL CONDUCTISMO
B.F. SKINNER
1. Las causas del comportamiento
¿Por qué la gente se comporta de la forma
como lo hace? Probablemente ésta fue primero una pregunta
práctica: ¿cómo podría una persona
anticipar y, por tanto, prepararse para lo que otra persona
iba a hacer? Luego se tornaría práctica en otro
sentido: ¿cómo se podría inducir a una
persona a comportarse de una cierta manera? Eventualmente
se convirtió en el problema de entender y explicar
el comportamiento. Siempre se la podría reducir a una
pregunta acerca de las causas.
Tenemos tendencia a decir, y a menudo temerariamente, que
si una cosa sigue a otra, probablemente ésta cause
a aquélla, siguiendo el antiguo principio de que post
hoc, ergo propter hoc («Después de esto, por
lo tanto, a causa de esto»). Entre los muchos ejemplos
que se pueden encontrar en la explicación del comportamiento
humano, uno es de especial importancia aquí. La persona
con quien estamos más familiarizados somos nosotros
mismos; muchas de las cosas que observamos inmediatamente
antes de comportarnos ocurren en el interior de nuestro cuerpo,
y es fácil que las tomemos como causa de nuestro comportamiento.
Si se nos pregunta por qué hemos hablado hostilmente
a un amigo, podemos responder «Porque sentí ira».
Es verdad que sentimos ira antes o mientras hablamos, y así
tomamos nuestra ira como causa de nuestra conversación
hostil. Cuando se nos pregunta por qué no tomamos la
cena, podemos decir «Porque no tengo hambre».
Con frecuencia sentimos hambre cuando comemos y, por tanto,
concluimos que comemos porque sentimos hambre.
Cuando se nos pregunta por qué vamos a nadar, podemos
responder: «Porque me siento con deseos de nadar».
Parece que dijésemos: «Antes, cuando me sentí
de esta manera, me comporté de tal y tal modo».
Los sentimientos se producen justamente en el momento preciso
para servir como causas del comportamiento, y durante siglos
se les ha mencionado como tales. Nosotros suponemos que las
otras personas sienten como sentimos nosotros cuando se comportan
como nosotros nos comportamos.
Pero ¿dónde están esos sentimientos
y estados de la mente? ¿De qué están
hechos? La respuesta tradicional es la de que están
localizados en un mundo de dimensiones que no son físicas
llamado mente, y que son mentales. Pero entonces surge otra
pregunta: ¿cómo puede un hecho mental causar
o ser causado por un hecho físico? Si queremos predecir
lo que hará una persona, ¿cómo podemos
descubrir las causas mentales de su comportamiento, y cómo
podemos producir los sentimientos y estados de la mente que
la inducirán a comportarse de una manera determinada?
Por ejemplo, supongamos que queremos hacer que un niño
ingiera un aumento nutritivo pero no muy sabroso. Simplemente,
nos aseguramos de que no haya otro alimento disponible, y
él, eventualmente, lo comerá, Parece que al
privarle de alimento (un hecho físico) hemos conseguido
que tenga hambre (un hecho mental) y que, por haber tenido
hambre, ha ingerido el alimento nutritivo (un hecho físico).
¿Pero cómo condujo el acto físico de
la privación a la sensación de hambre, y cómo
movió la sensación a los músculos implicados
en la ingestión? Existen muchas otras preguntas inquietantes
de este tipo. ¿Qué hay que hacer con ellas?
La práctica más común, creo yo, es
no tenerlas en cuenta. Es posible creer que el comportamiento
expresa sentimientos, anticipar lo que una persona hará
adivinándolo o preguntándole cómo se
siente, y cambiar el ambiente con la esperanza de cambiar
los sentimientos, mientras se presta poca o ninguna atención
a los problemas teóricos. Quienes no se sienten muy
cómodos con esta estrategia se refugian a veces en
la fisiología. Se dice que, eventualmente, se encontrará
una base física para la mente. Como dijo recientemente
un neurólogo, «hoy todos aceptan el hecho de
que el cerebro proporciona una base física para el
pensamiento humano». Freud creía que a su complicadísimo
aparato mental se le encontraría una naturaleza fisiológica,
y los primeros psicólogos introspectivos llamaban a
su disciplina Psicología Fisiológica. La teoría
del conocimiento denominada Fisicalismo afirma que, cuando
hacemos introspección o tenemos sentimientos, observamos
estados o actividades de nuestros cerebros. Pero las principales
dificultades son de carácter práctico: no podernos
anticipar lo que hará una persona mirando directamente
sus sentimientos o su sistema nervioso, ni podemos cambiar
su comportamiento cambiando su mente o su cerebro. En cualquier
caso, no parece que estemos peor si ignoramos los problemas
filosóficos.
ESTRUCTURALISMO
Una estrategia más explícita es abandonar
la búsqueda de causas y, simplemente describir lo que
hace la gente. Los antropólogos pueden relatar los
usos y costumbres; los científicos de lo político
pueden tomar la dirección del «comportamentalismo»
y registrar la acción política; los economistas
pueden acumular estadísticas sobre lo que la gente
compra y vende, ahorra y gasta, produce y consume, y los psicólogos
pueden hacer muestreos de actitudes y opiniones. Todo esto
se puede hacer mediante observación directa, posiblemente
con la ayuda de sistemas de registro y con entrevistas, cuestionarios,
tests y encuestas. Frecuentemente, el estudio de la literatura,
el arte y la música se reduce a las formas de estos
productos del comportamiento humano, y los lingüistas
pueden limitarse a la fonética, la semántica
y la sintaxis. Hay una clase de predicción posible
sobre el principio de que es probable que la gente haga de
nuevo lo que ha hecho frecuentemente; las personas siguen
las costumbres porque es habitual hacerlo, manifiestan hábitos
de votación o de compra, y así sucesivamente.
El descubrimiento de principios de organización en
la estructura del comportamiento —tales como los «universales»
de las culturas o los lenguajes, los patrones arquetípicos
de la literatura, o los tipos psicológicos— pueden
hacer posible la predicción de casos de comportamiento
que no han ocurrido previamente.
También se puede estudiar la estructura u organización
del comportamiento en función del tiempo o de la edad,
como en el desarrollo del comportamiento verbal del niño,
o en sus estrategias de solución de problemas, o en
la secuencia de etapas a través de las cuales pasa
una persona en su camino de la infancia a la madurez, o en
las etapas por las cuales evoluciona una cultura. La historia
enfatiza los cambios que ocurren en el tiempo, y si se pueden
descubrir los patrones de desarrollo o de crecimiento, se
puede probar que éstos son eficaces en la predicción
de acontecimientos futuros.
Otra cosa es el control. Su precio exige evitar el mentalismo
(o «psicologismo»), rechazando la búsqueda
de las causas. El estructuralismo y el desarrollismo no nos
dicen por qué se siguen las costumbres, por qué
las personas votan en la forma que le hacen, o muestran actitudes
o rasgos de carácter, o por qué diferentes idiomas
tienen rasgos comunes. El tiempo o la edad no se pueden manipular;
solamente podemos esperar que una persona o una cultura pasen
por un cierto período evolutivo.
En la práctica, el descuido sistemático de
información útil ha significado con frecuencia
que los datos suministrados por el estructuralista se vean
influidos por otros —por ejemplo, por quienes toman
las decisiones, los cuales de alguna manera se las arreglan
para explicar las causas del comportamiento—. En teoría,
ha significado la supervivencia de los conceptos mentalistas.
En el momento de pedir explicaciones, las prácticas
de las culturas primitivas se han atribuido a «la mente
del salvaje», la adquisición del lenguaje a «las
reglas innatas de la gramática», el desarrollo
de estrategias de solución de problemas al «crecimiento
de la mente», y así sucesivamente. En resumen,
el estructuralismo nos dice cómo se comporta la gente»
pero arroja muy poca luz sobre por qué se comporta
como lo hace. No tiene respuesta para la pregunta con la cual
empezamos este trabajo.
CONDUCTISMO METODOLÓGICO
Es posible evitar el problema mentalista si se va directamente
a las causas físicas primeras, evitando los sentimientos
y estados de la mente intermedios. La manera más rápida
de hacer esto es reduciéndose a lo que uno de los primeros
conductistas, Max Meyer, denominaba «psicología
del otro»: considérense solamente aquellos hechos
que se pueden observar objetivamente en el comportamiento
de una persona en relación con su historia ambiental
previa. Si todos los vínculos son válidos, nada
se pierde al descuidar los supuestos vínculos que no
son físicos. Así, si sabemos que un niño
no ha comido durante un período largo, y si sabemos
que, por tanto, siente hambre y que por sentir hambre come,
entonces sabemos que si no ha comido durante un período
largo, comerá. Y si al impedirle el acceso a otro tipo
de alimento, hacemos que sienta hambre, y, si por tener hambre,
ha de ingerir un alimento especial, entonces se sigue que,
al impedirle el acceso a otro alimento, le induciremos a ingerir
el alimento especial.
De igual manera, si ciertos modos de enseñar a una
persona la conducen a notar diferencias muy pequeñas
en sus «sensaciones», y si, al notar estas diferencias,
puede clasificar correctamente los objetos coloreados, entonces
se sigue que podemos utilizar estas maneras de enseñarle
para clasificar correctamente los objetos. O, para poner otro
ejemplo, si las circunstancias de la historia de una persona
blanca generan en ella sentimientos de agresión hacia
los negros, y si estos sentimientos le hacen comportarse agresivamente,
entonces simplemente podemos manejar la relación entre
las circunstancias de su historia y su comportamiento agresivo.
Desde luego que no hay nada nuevo en tratar de predecir
o controlar el comportamiento observando o manipulando los
acontecimientos públicos. Los estructuralistas y desarrollistas
no han ignorado del todo las historias de sus sujetos, y los
historiadores y biógrafos han explorado la influencia
del clima, la cultura, las personas y los incidentes. La gente
ha utilizado técnicas prácticas de predicción
y control del comportamiento con poca preocupación
por los estados mentales. Sin embargo, durante muchos siglos
hubo pocas investigaciones sistemáticas sobre el papel
del ambiente físico, aunque se hayan escrito cientos
de volúmenes altamente técnicos sobre la comprensión
humana y la vida de la mente. Solamente se hizo plausible
un programa de conductismo metodológico cuando empezó
a progresarse en la observación científica del
comportamiento, porque sólo entonces fue posible superar
el poderoso efecto del mentalismo que apartaba a la investigación
de estudiar el papel que desempeña el ambiente.
Las explicaciones mentalistas calman la curiosidad y llevan
la indagación al inmovilismo. Es tan fácil observar
los sentimientos y estados de la mente en un momento y en
un lugar tales que los hacen aparecer como causas, que no
nos inclinamos a averiguar más. Sin embargo, una vez
que empieza a ser estudiado el ambiente, su importancia es
innegable.
El conductismo metodológico podría ser concebido
como una versión psicológica del positivismo
lógico o del operacionismo, pero éstos se interesan
en asuntos diferentes. El positivismo lógico u operacionismo
sostiene que, puesto que no hay dos observadores que puedan
estar de acuerdo sobre lo que sucede en el mundo de la mente,
entonces, los hechos mentales son «inobservables»;
no puede haber verdad por consenso, y debemos abandonar el
examen de los hechos mentales y, en cambio, dirigir nuestra
atención hacia cómo se los estudia. No podemos
medir las sensaciones y las percepciones como tales, pero
podemos medir la capacidad de una persona para discriminar
entre estímulos, y el concepto de sensación
o percepción se puede reducir a la operación
de discriminación.
Los positivistas lógicos tenían su versión
del «otro». Afirmaban que el robot que se comportara
exactamente como una persona, respondiendo a los estímulos
de la misma manera, cambiando su comportamiento como resultado
de las mismas operaciones, no sería distinguible de
la persona real, aunque no tuviera sentimientos, sensaciones
o ideas. Si se pudiese construir semejante robot, demostraríamos
que ninguna de las supuestas manifestaciones de la vida mental
exigen una manifestación mentalista.
El conductismo metodológico tuvo éxito con
relación a sus propias metas. Desechó muchos
de los problemas originados por el mentalismo y se liberó
para trabajar en sus propios proyectos sin disquisiciones
filosóficas. Al dirigir la atención hacia los
antecedentes genéticos y ambientales, evitó
concentrarse injustificadamente en la vida interna. Nos liberó
para estudiar el comportamiento de las especies inferiores,
en donde ya no era posible la introspección (que entonces
se consideraba como exclusivamente humana), y para explorar
las semejanzas y diferencias entre el hombre y las otras especies.
Formuló de manera diferente algunos conceptos anteriormente
asociados con hechos privados.
Pero los problemas continuaron. Muchos conductistas metodológicos
aceptaron la existencia de hechos mentales, aunque los dejaron
fuera de consideración. ¿Quisieron decir, en
realidad, que no les interesaban; que la etapa intermedia
de la triple secuencia físico-mental-físico
no aportaba nada; en otras palabras, que los sentimientos
y estados de la mente eran simples epifenómenos? No
sería la primera vez que alguien lo dijera. El punto
de vista de que un mundo puramente físico podría
ser autosuficiente ya se había sugerido siglos antes
en la doctrina del paralelismo psicofísico, que sostenía
la existencia de dos mundos —uno de la mente y otro
de la materia—, y que ninguno de los dos tenía
efecto alguno sobre el otro. La demostración de Freud
del inconsciente, en la cual un darse cuenta de los sentimientos
o estados de la mente parecía innecesario, apuntaba
en la misma dirección.
¿Pero qué decir de otras evidencias? ¿Es
completamente errado el tradicional argumento post hoc, ergo
propter hoc. Los sentimientos que experimentamos inmediatamente
antes de comportarnos ¿están completamente desligados
de nuestro comportamiento? ¿Qué sucede con el
poder de la mente sobre la materia en la medicina psicosomática?
¿Qué decir de la psicofísica y de la
relación matemática entre las magnitudes de
los estímulos y las sensaciones? ¿Qué
pensar sobre el flujo de la conciencia? ¿Qué
sobre los procesos intrapsíquicos de la psiquiatría,
en los cuales los sentimientos producen o suprimen otros sentimientos
y los recuerdos evocan u ocultan a otros recuerdos? ¿Qué
sucede con los procesos cognoscitivos de los cuales se dice
que explican la percepción, el pensamiento, la construcción
de frases y la creación artística? ¿Se
debe ignorar todo esto porque no se lo puede estudiar objetivamente?
CONDUCTISMO RADICAL
La afirmación de que los conductistas niegan la existencia
de sentimientos, sensaciones, ideas u otros rasgos de la vida
mental necesita mucha aclaración. El conductismo metodológico
y algunas versiones del positivismo lógico pusieron
a los hechos privados fuera de juego porque no podía
haber acuerdo público en torno a su validez. No era
posible aceptar a la introspección como práctica
científica y, de acuerdo con eso, se atacó la
psicología de personas tales como Wilhelm Wundt y Edward
B. Titchener. Sin embargo, el conductismo radical siguió
una línea diferente.
No niega la posibilidad de la auto-observación o
el auto-conocimiento, o su posible utilidad, pero cuestiona
la naturaleza de lo que se siente o se observa y, por tanto,
se conoce. Restablece la introspección, pero no lo
que los filósofos y los psicólogos introspectivos
habían creído estar «presenciando»,
y surge entonces la pregunta de hasta dónde se puede
observar de hecho.
El mentalismo desvió la atención de los hechos
antecedentes externos que podían haber explicado el
comportamiento, y pareció ofrecer una explicación
alternativa. El conductismo metodológico hizo exactamente
lo contrario: al interesarse exclusivamente por los hechos
antecedentes externos apartó la atención de
la auto-observación y el auto-conocimiento. El conductismo
radical restablece una especie de equilibrio. No insiste en
la verdad por consenso, y, por consiguiente, tiene en consideración
los hechos que se dan en el mundo privado dentro de la piel.
No denomina inobservables a estos hechos, y no los desecha
por subjetivos. Simplemente cuestiona la naturaleza del objeto
observado y la confiabilidad de las observaciones.
La posición se puede establecer de esta manera: lo
que se siente o se observa introspectivamente no es un mundo
de naturaleza no-física de la conciencia, la mente
o la vida mental, sino el propio cuerpo del observador. Esto
no quiere decir, como lo indicaré más adelante,
que la introspección sea una clase de investigación
fisiológica, ni tampoco (y aquí está
el núcleo del argumento) que lo que se sienta o lo
que se observe introspectivamente sea la causa del comportamiento.
Un organismo se comporta de la manera como lo hace por su
estructura actual, pero buena parte de ésta está
fuera del alcance de la introspección. Por el momento
debemos contentarnos, como insiste el conductista metodológico,
con las historias genética y ambiental de la persona.
Lo que se observa introspectivamente son ciertos productos
colaterales de estas historias.
El ambiente hizo su primera gran contribución durante
la evolución de las especies, pero ejerce un tipo diferente
de efecto durante la vida del individuo, y la combinación
de ambos efectos es el comportamiento que observamos en cualquier
momento dado. Cualquier información disponible acerca
de una de esas contribuciones ayuda en la predicción
y el control del comportamiento humano y en su interpretación
en la vida diaria. En la medida en que se pueda cambiar una
de ellas, se puede cambiar el comportamiento.
Nuestro conocimiento creciente del control ejercido por
el ambiente hace posible examinar el efecto del mundo de dentro
de la piel y la naturaleza del auto-conocimiento. También
hace posible la interpretación de una amplia gama de
expresiones mentalistas. Por ejemplo, podemos mirar los rasgos
de comportamiento que han llevado a la gente a hablar de u
acto de voluntad, un sentido del propósito, de experiencia
como distinta de realidad, de ideas innatas o adquiridas,
de memorias, de sentido, y de conocimiento personal del científico,
y de cientos de otras cosas o acontecimientos mentalistas.
Algunos se pueden «traducir por comportamiento»
otros se pueden descartar por innecesarios o inútiles.
De esta manera reparamos el mayor daño producido
por el mentalismo. Cuando lo que una persona hace se atribuye
a lo que sucede dentro de ella, se pone punto final a la investigación.
¿Para qué explicar la explicación? Durante
veinticinco siglos, la gente se ha preocupado por los sentimientos
y la vida mental, pero sólo recientemente se ha mostrado
algún interés por un análisis más
preciso del papel del ambiente. La ignorancia de este papel
ha conducido, en primer lugar, a ficciones mentales y se ha
perpetuado por la práctica explicativa a la que da
lugar.
UNAS PALABRAS DE ALERTA
Como anoté en la introducción, no estoy hablando
como el conductista. Creo que he escrito un relato consistente
y coherente, pero refleja mi propia historia ambiental. Una
vez, Bertrand Russell comentó que los animales experimentales
estudiados por los conductistas norteamericanos se comportaban
como norteamericanos, corriendo de una manera casi al azar,
mientras que los animales estudiados por los alemanes se comportaban
como alemanes, se sentaban y pensaban. Ese comentario pudo
haber sido oportuno en su momento; pero hoy carece de sentido.
Sin embargo, estaba en lo cierto al insistir en que todos
estamos ligados a la cultura y que nos acercamos con preconcepciones
al estudio del comportamiento. (Por supuesto que los filósofos
también actúan así. La explicación
de Russell sobre cómo piensa la gente es muy británica,
muy russelliana. Los pensamientos de Mao Tse-tung sobre el
mismo tema son muy chinos. ¿Cómo podría
ser de otra manera?)
No he presupuesto ningún conocimiento técnico
por parte del lector. Espero que algunos hechos y principios
se vuelvan suficientemente familiares como para que resulten
útiles, pues no se puede continuar la discusión
en un vacío; sin embargo, este libro no versa sobre
una ciencia del comportamiento, sino sobre su filosofía,
y he mantenido el material científico en un mínimo
evidente. Hay algunos términos que aparecen muchas
veces, pero eso no significa que el texto sea muy reiterativo.
En los últimos capítulos, por ejemplo, aparece
la expresión «contingencias de refuerzo»
en casi todas las páginas, pero es a las contingencias
a lo que se refieren dichos capítulos. Si se refirieran
a los hongos, entonces la palabra «hongo» se repetiría
con la misma frecuencia.
Buena parte de la argumentación va más allá
de los hechos establecidos. En este momento me interesa más
la interpretación que la predicción y el control.
Cualquier campo científico tiene una frontera más
allá de la cual la discusión, aunque necesaria,
no puede ser tan precisa como se quisiera. Algún escritor
ha dicho recientemente que «la simple especulación
que no se puede someter a la prueba de la verificación
experimental no forma parte de la ciencia», pero si
eso fuese cierto gran parte de la astronomía, por ejemplo,
o de la física atómica, no sería ciencia.
En realidad, la especulación es necesaria para procurar
los métodos que pongan bajo control una materia de
estudio.
Consideraré decenas, si no cientos, de ejemplos del
empleo mentalista. Los tomaré de la literatura actual,
pero no citaré las fuentes. No discuto con los autores,
sino con las prácticas ejemplificadas por sus términos
o pasajes. De los ejemplos hago el mismo empleo que se hace
de un manual del uso del inglés. (Presento mis disculpas
si los autores prefirieren que se les mencione, pero he aplicado
la regla de oro y he hecho a otros lo que hubiese querido
que se hiciera conmigo sí yo hubiera utilizado tales
expresiones.) Muchas de esas expresiones las puedo «traducir
por comportamiento», y lo hago reconociendo que traduttori
tradittori —los traductores son traidores—, y
que tal vez no haya equivalentes comportamentales exactos,
y, ciertamente, no los hay para los énfasis y contextos
de los originales. Emplear mucho tiempo en las redefiniciones
exactas de conciencia, voluntad, deseos, sublimación,
etc., sería tan insensato como lo sería para
los físicos hacer lo mismo con el éter, el flogisto
o la vis viva. Finalmente, unas palabras sobre mi propio comportamiento
verbal. El idioma inglés está sobrecargado de
mentalismo. Los sentimientos y los estados de la mente han
gozado de un puesto privilegiado en la explicación
del comportamiento humano, y la literatura, interesada como
está en cómo y por qué siente la gente,
les ofrece apoyo permanente. Como resultado, es imposible
entrar en una conversación casual sin hacer surgir
los fantasmas de las teorías mentalistas. El papel
del ambiente se ha descubierto hace muy poco tiempo y aún
no ha surgido un vocabulario popular para describirlo. En
lo relacionado con el lenguaje corriente, no veo razones para
evitar expresiones tales como «He elegido discutir...»
(aunque yo cuestiono la posibilidad de la libre elección),
o «Me doy cuenta del hecho...» (aunque yo establezco
una interpretación muy especial de la percatación).
El conductista neófito se confunde algunas veces
cuando se sorprende a sí mismo utilizando términos
mentalistas, pero el castigo que le produce ese obstáculo
solamente se justifica cuando los términos se utilizan
en una discusión técnica. Cuando es importante
ser claro acerca de un tema, nada es mejor que el vocabulario
técnico. A menudo uno se ve forzado a andar con rodeos.
Con dificultad se abandonan las viejas maneras de hablar,
y las nuevas maneras son incómodas y desagradables,
pero el cambio tiene que hacerse.
No es esta la primera vez que una ciencia sufre tal transición.
Hubo períodos en los cuales al astrónomo le
resultaba difícil no hablar como astrólogo (o
ser un astrólogo en el fondo), y el químico
no tenía modo de liberarse de la alquimia. En la ciencia
del comportamiento estamos en una etapa similar, y cuanto
antes se haga la transición, tanto mejor. Las consecuencias
prácticas de esto se demuestran fácilmente:
la educación, la política, la psicoterapia,
la penología, y muchos otros campos de la actividad
humana se resienten del empleo ecléctico del vocabulario
lego. Las consecuencias teóricas son más difíciles
de demostrar, pero, como espero probarlo, son igualmente importantes.
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